LA POLÍTICA DEL MIEDO
Seguimos
en confinamiento, pero ya se han flexibilizado algunas medidas y a lo
largo de las próximas semanas tendremos una apertura gradual hacia
la "normalidad".
Echando
una mirada hacia atrás, hay rasgos a destacar de como se ha tratado
en España la gestión del COVID-19 y como ha respondido la sociedad
española. Sin duda, existen muchos aspectos a analizar sobre esta
cuestión, pero nos centraremos en: ¿por qué hemos cumplido, la
mayor parte de la sociedad española, la indicación de confinamiento
de manera acrítica?
En
primer lugar, es cierto que España ha sido uno de los países que
más ha padecido, está padeciendo y padecerá las consecuencias de
la pandemia. Ante ello, nos han impuesto unas medidas muy duras y
difíciles de confinamiento, con restricciones severas de la
movilidad y de libertad de las personas durante seis largas semanas;
y dos de ellas, con un confinamiento total.
Es
curioso como en algunos países europeos se ha impuesto a la ciudadanía ciertos tipos de confinamiento, sin que apenas la sociedad
se opusiera o haya habido unos comportamientos contrarios a saltarse
aquellas medidas, salvo escasas excepciones en relación con el
conjunto de la sociedad que sí las ha respetado.
¿Cómo
es que hemos aceptado el confinamiento sin apenas oponernos? La
Constitución Española avala y protege íntegramente, al tratarse de
un derecho fundamental, la libertad de movimientos de las
personas (art.17 CE), entre otros; y ahora, a través del mecanismo
-también reconocido en la Constitución- del Estado de Alarma, se
han adoptado unas medidas de suspensión o de restricción de algunos
de aquellos derechos (incluido, en muchos casos, el del trabajo); y
la población las ha cumplido, sin ponerlas en cuestión ante la
magnitud de la pandemia, la enfermedad y sus graves consecuencias.
Pensemos en las causas de dicha sumisión tan prolongada en el
tiempo:
-
Los seres humanos buscamos la supervivencia en todo momento; de
manera que, si el confinamiento nos da una cierta garantía de que
evitaremos y sobreviviremos a la enfermedad, nos quedamos en casa
hasta que tengamos la sensación o percepción de que sea
"seguro"salir a la calle, o el Estado nos lo permita
hacer. Esa actitud puede conllevar para la sociedad -en su conjunto-
y para las personas -en particular- que la tensión y la alerta
vividas, considerar como aceptable la renuncia a un margen de
libertad o privacidad, a cambio de seguridad.
-
Por factores culturales, la sociedad española tal vez no está
acostumbrada a que se apele por parte de sus gobernantes al sentido
de la responsabilidad -sin necesidad de imposicions dràsticas- para
adecuar su conducta a las necesidades del momento. Parece como si
fuera preciso que alguien imponga aquello que “hay que hacer”. En
este sentido, ya lo proclamaba Nietzsche, cuando se refería al
súper hombre: "somos un rebaño de ovejas que necesitamos
seguir a unos pastores, salvadores etc”: es el llamado
paternalismo del Estado. Esta figura se ha podido ver más o
menos acentuada en los países en que ha afectado más la pandemia –
la sociedad española ha vivido en mayor medida ese paternalismo del
Estado-, en comparación con otros países con menos cantidad de
contagios, casos críticos y, por desgracia, defunciones. Puede que
las circunstancias con las que ha golpeado la pandemia a nuestro país
así lo precisaran, o quizás habría sido conveniente dejar parte de
corresponsabilidad a la sociedad, partiendo de que todos somos
individuos con conciencia individual y colectiva.
-
Por la imposición, en cierto modo, de un estado casi policial y
con ciertos rasgos de militarización. Hemos podido observar en
las ruedas de prensa diarias del Gobierno para informar de la
evolución de la epidemia, la presencia del doctor Fernando Simón
(Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias
Sanitarias del Ministerio de Sanidad) y, a su lado, de forma
permanente hasta hace pocos días, de los comisarios de mayor rango
de la Guardia Civil y Policía Nacional, y también del Jefe del
Estado Mayor de la Defensa, debidamente uniformados. Hemos oído
hasta la saciedad el uso -y abuso- de metáforas bélicas por
los comparecientes, para referirse a las medidas que era preciso
adoptar o mantener ante el Covid-19, con una pretensión de
asociación pauloviana de la situación que padecemos con la propia
de una guerra. La percepción de las personas es la de un Estado de
Alarma máximo, con rasgos policiales y militares, que, de manera tal
vez subconsciente, facilita la aceptación sumisa de la renuncia
-temporal- por parte de los ciudadanos a unos derechos fundamentales,
a cambio de seguridad.
El
hecho de la imposición de conductas, basada en la legalidad de un
Estado de Alarma, con la suspensión de ciertos derechos
fundamentales, ha contribuido a potenciar el miedo, como si los
ciudadanos no fuéramos capaces de afrontar las medidas sugeridas y
necesarias, a partir del pleno sentido de la responsabilidad y la
conciencia del bien común.
Dos
ejemplos de pedagogía lo tenemos en Alemania o en Andorra: en ambos
países, el confinamiento fue más laxo, pero a la vez los políticos,
conjuntamente con los profesionales, priorizaron los instrumentos
de la pedagogía para concienciar a su respectiva población de
las consecuencias negativas que conllevaría para el país el no
respetar cada ciudadano las medidas de confinamiento -más suave que
en España- establecidas (sin necesidad de Estado de Alarma y sin una
repercusión tan negativa para la economía, como sí ha ocurrido en
nuestro país).
VALORACIÓN
En
cierto modo, ante esta pandemia, de la que en los últimos tiempos no
existían precedentes conocidos de tal magnitud, ha habido gobiernos
de nuestro entorno europeo que han reaccionado de otra forma para
preservar -ante todo- la salud de las personas, sin necesidad de
afectar de manera tan radical las libertades individuales y
colectivas, y sin poner en jaque la situación económica, en la que
millones de personas de nuestro país han sufrido y pueden sufrir en
un futuro inmediato la pérdida de puestos de trabajo y el
empobrecimiento -aún mayor- de los sectores más desfavorecidos de
nuestra sociedad.
No
hay que perder de vista, además, que, tras las decisiones adoptadas
por los distintos países para afrontar la pandemia se ciernen, en
mayor o menor medida, serios peligros de retroceso del sistema
democrático -imperfecto, con todo- que tantos esfuerzos
colectivos ha costado obtener. Sin duda, aún hoy en día hemos de
seguir en alerta para preservar y mejorar los derechos y libertades
que constituyen la razón de ser de nuestra sociedad.
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